Veía la vida como un torrente de ilusiones. El sol brillaba siempre en sus ojos incluso en los días nublados. Sonreía sin cesar y sus dientes destellaban reflejando la luz que emanaba de su alma. Era todo vitalidad y esa fuerza le hacía ser dueña de cuanta energía pululaba en el ambiente. Era feliz. Y no de esa felicidad que se nombra con la boca pequeña por temor a que huya; sino de la que disfruta alguien que ni imagina el poder perderla.
Su andar era garboso, reclamaba la admiración de quien admiraba su porte y se deslizaba con la grácil suavidad del cervatillo. La salud le brotaba de cualquier poro de su piel. Y ésta era de una tonalidad que provocaba el ser tocada, acariciada.
Ese fue el motivo de que sintiera el deseo por primera vez. Alguien rozó su piel y ella no tuvo otro remedio que demorar el contacto. Aprendió a sentir y buscó cómo hacerlo desde aquel día ya tan lejano. Sin embargo, se dio cuenta de que era el deslizar de una mirada sobre sus ojos, su piel y su sonrisa la verdadera causa de su regocijo. Cuando advertía que ellos le seguían, un rubor extraño coloreaba sus mejillas y un sudor frío resbalaba por su espalda haciéndole estremecer.
Y él lo supo y de ello se aprovechó para acercarse y no aceptar la prudente negativa que ya esperaba. Jugó con su vanidad adulándola y se hizo con el tiempo imprescindible en sus pensamientos porque sabía cómo introducir briznas de sentimiento en aquel cerebro tan vivaz y, al mismo tiempo, sensible.
Lo que tenía que pasar pasó porque el amor es tan fuerte que mueve que lima casi todas las dificultades. Estaban dominados por ese tenaz luchador cuya ausencia puede producir hasta un dolor más incómodo que la molestia física. La vida les presentó y el tiempo unió sus destinos. Todo parecía tan plácido como el mar en calma y como esos atardeceres de sol rojizo y de ambiente cálido que nos envuelve cuando los miramos al lado de quien se ama. La dicha era esa agua que discurre constantemente por el cauce del arroyo y la música de su deslizamiento relajaba cualquier tensión. Así fue durante un tiempo que trascurrió en el breve lapso de un suspiro.
Pero…
La vida brotaba de sus entrañas y no encontraba toda la satisfacción deseada. La sonrisa salía y desfiguraba su rostro porque no era sincera, vivida. Los días se hicieron largos al no haber tanta dicha. Las conversaciones parecían con alguien ajeno, cuyo mirar ya no despertaba aquellas sensaciones.
No sabiendo muy bien por qué o no queriendo encontrar la respuesta, muchas ilusiones se fueron apagando y …
La nostalgia la invadió. Comenzó a vivir en la melancolía y su dicha se fue derritiendo porque no encontraba alternativas. A veces ocurren cosas que uno no prevé y, por lo tanto, no controla. Para las que no tuvo tiempo de prepararse. Hacen daño y son difíciles de cargar. Buscó ayuda y encontró, a veces, incomprensión y otras, las más, consejos de resignación y aceptación de la cruda realidad. Ella lo veía como muy fácil de decir pero sin creerse que fuera tan factible llevarlo a la práctica.
La vida era suya. Estaba llena de ella. En cambio, su alma se arrugaba porque no encontraba el reflejo donde compartirla (uno solo debe aprender a ser feliz, si antes lo fue en compañía)… Lo que más le dolía era no vislumbrar la esperanza.
Los días se fueron sucediendo y, cuando ni siquiera podía llorar porque ya había perdido su valor paliativo, justo entonces… ¡La luz volvió porque abrió la ventana y el sol brillaba, una suave brisa acunaba su negro y largo cabello y una voz llena de vida le llamaba desde la cama en la que habían compartido un momento de felicidad, de goce. Otra vez, por fin, después de muchas noches de sufrimiento y desesperación, la alegría manaba de sus ojos y la pasión por vivir arrebolaba sus mejillas.
_ E.F._
Su andar era garboso, reclamaba la admiración de quien admiraba su porte y se deslizaba con la grácil suavidad del cervatillo. La salud le brotaba de cualquier poro de su piel. Y ésta era de una tonalidad que provocaba el ser tocada, acariciada.
Ese fue el motivo de que sintiera el deseo por primera vez. Alguien rozó su piel y ella no tuvo otro remedio que demorar el contacto. Aprendió a sentir y buscó cómo hacerlo desde aquel día ya tan lejano. Sin embargo, se dio cuenta de que era el deslizar de una mirada sobre sus ojos, su piel y su sonrisa la verdadera causa de su regocijo. Cuando advertía que ellos le seguían, un rubor extraño coloreaba sus mejillas y un sudor frío resbalaba por su espalda haciéndole estremecer.
Y él lo supo y de ello se aprovechó para acercarse y no aceptar la prudente negativa que ya esperaba. Jugó con su vanidad adulándola y se hizo con el tiempo imprescindible en sus pensamientos porque sabía cómo introducir briznas de sentimiento en aquel cerebro tan vivaz y, al mismo tiempo, sensible.
Lo que tenía que pasar pasó porque el amor es tan fuerte que mueve que lima casi todas las dificultades. Estaban dominados por ese tenaz luchador cuya ausencia puede producir hasta un dolor más incómodo que la molestia física. La vida les presentó y el tiempo unió sus destinos. Todo parecía tan plácido como el mar en calma y como esos atardeceres de sol rojizo y de ambiente cálido que nos envuelve cuando los miramos al lado de quien se ama. La dicha era esa agua que discurre constantemente por el cauce del arroyo y la música de su deslizamiento relajaba cualquier tensión. Así fue durante un tiempo que trascurrió en el breve lapso de un suspiro.
Pero…
La vida brotaba de sus entrañas y no encontraba toda la satisfacción deseada. La sonrisa salía y desfiguraba su rostro porque no era sincera, vivida. Los días se hicieron largos al no haber tanta dicha. Las conversaciones parecían con alguien ajeno, cuyo mirar ya no despertaba aquellas sensaciones.
No sabiendo muy bien por qué o no queriendo encontrar la respuesta, muchas ilusiones se fueron apagando y …
La nostalgia la invadió. Comenzó a vivir en la melancolía y su dicha se fue derritiendo porque no encontraba alternativas. A veces ocurren cosas que uno no prevé y, por lo tanto, no controla. Para las que no tuvo tiempo de prepararse. Hacen daño y son difíciles de cargar. Buscó ayuda y encontró, a veces, incomprensión y otras, las más, consejos de resignación y aceptación de la cruda realidad. Ella lo veía como muy fácil de decir pero sin creerse que fuera tan factible llevarlo a la práctica.
La vida era suya. Estaba llena de ella. En cambio, su alma se arrugaba porque no encontraba el reflejo donde compartirla (uno solo debe aprender a ser feliz, si antes lo fue en compañía)… Lo que más le dolía era no vislumbrar la esperanza.
Los días se fueron sucediendo y, cuando ni siquiera podía llorar porque ya había perdido su valor paliativo, justo entonces… ¡La luz volvió porque abrió la ventana y el sol brillaba, una suave brisa acunaba su negro y largo cabello y una voz llena de vida le llamaba desde la cama en la que habían compartido un momento de felicidad, de goce. Otra vez, por fin, después de muchas noches de sufrimiento y desesperación, la alegría manaba de sus ojos y la pasión por vivir arrebolaba sus mejillas.
_ E.F._
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